15.7.08

Tiempo marchito


Dos flores hermosas eran sus alas, él era un alma joven que ahora se encontraba encerrada en sus manos de cristal, pues ella lo aprisionaba sin intención alguna. Pasaban los días sentidos casi eternos, se explicaba a él mismo lo que sentía con un porqué imaginario, tratando de creerse un sueño, y combinando los deseos con la realidad para sentir menos el tiempo, veía que si todo había llegado a ser así de especial, no tendría por qué retroceder y tratar de buscar algo nuevo, ya simplemente era entregar sus sentimientos para lograr su felicidad, “para lograr tanto, algo tan sencillo como eso”. Se sentaba a pensar y aunque teniéndola al lado, sin mirarla, no se sacaba de la mente su sonrisa, su mirada pasiva que siempre parecía esperar una respuesta que le explique las palabras que debía usar para decir lo que sentía, luego de oírlas una expresión eterna que se preguntaba en ellos dos ¿como es posible hacer sentir así a alguien?,y cosas como esas para entonces quería llevar consigo, pues abrir los ojos y estando tan sensible, la probabilidad de chocar con la frialdad incierta del momento, fácilmente lo mataría.

Siempre imaginando con su esperanza infinita, se explicaba:

“Ella no ve con mis ojos,
no vive completamente lo que yo,
no siente con mi cuerpo y no piensa con mi mente…
pero con su mirada,
con la vida que me entrega
o el simple hecho de estar presente,
me demuestra demasiado,
y de lo que sucede ahora,
solo sabré completamente
cuando haya terminado,
por el momento,
dejare que se apoye en mi hombro y esperaré…”

Entusiasta a lo que pudo suceder:

“cada detalle es importante, significa algo y sea cual sea lo recibiría sabiendo que el tiempo pasa, es dueño de todo y todo lo puede cambiar.”

No obstante el tiempo pasaba y ejercía su poder sobre él. Ensimismado miraba alrededor tratando de encontrarse, y no hacía más que pensar en ella y encerrarse más en su ausencia.
Seguían esos días, él queriendo liberarse y a la vez sabiendo que no debía, pues de ser así las manos de cristal caerían en pedazos, ella quedaría lastimada y sin poder tocarlo nunca más. Su piel sin sus caricias lo condenaría a una compañía distante y fría, por nada en el mundo lo quería así, la miró a los ojos nuevamente y sintió su fragilidad, sufriendo la ironía que le mostraba su fuerza atada a la fragilidad de ella, no le quedaba más que esperar.

Sin darse cuenta que el tiempo se le iba acabando, ya que las flores hermosas así encerradas marchitarían pronto, y entonces él no podría volar jamás. Lamentando el fracaso y cuestionándose un posible error cometido, optó al fin por dejar de sentir sus sueños. Decidió así perder sus alas y quedar encerrado hasta que ella decida liberarlo.

Tras temas sin importancia en conversaciones silenciosas, miradas incompletas, caricias interrumpidas que lograron soportar, atenuaron así el padecer del paso del tiempo sin respuestas importantes.

Pasó largo tiempo y ya libre tan sólo caminaba, caminaba pesado cargando sus dos alas marchitas. Lejos ya de él la facilidad de volar entre sus sentimientos y tomar de ellos una respuesta exacta para una explicación sin palabras.

La desilusión fue en ella, pues ya no veía en él, el alma libre que podía volar esplendorosa. Él llevaba en la espalda el recuerdo de un tiempo mejor, el silencio y las preguntas ajenas a su actual condición, a las que ya no servía de nada responder.
Le dio a ver la vida que era verdad aquello que escuchó:

“Es un vicio navegar por lo sueños perfectos, me lo dijeron varios barcos naufragados.”

Y así fue como empezó a navegar sometiéndose a un rescate incógnito calado por el reflejo de la suerte que él ponía en los demás. Cansado de esperar una novedad, se decía nuevamente “el tiempo es dueño de todo, y todo lo puede cambiar”, pero ¿seguía pasando el tiempo sobre él? Se veía inmóvil en medio de la nada.

Los pétalos marchitos fueron cayendo y el peso poco a poco disminuyó. Entonces ahora los dos caminaban igual, pero se perdieron del viaje que les ofrecía sus alas y el poder volar con la fuerza de su amor.

Internándose en su memoria y observando sus condiciones rescató una conclusión:

“Las alas cortadas brotan de nuevo si el amor es verdadero, pero queda el recuerdo de un tiempo mejor”.


Adolfo Campos

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